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ENTREGA N°1
Por Roberto Cabrera Olea / 8 de noviembre de 2008
Amigos queridos.
He querido partir esta serie de textos que tratarán el tema de la Automaestría, con un tema para mí fundamental, nuestra vida en la Tierra. Estamos viviendo tiempos maravillosos para el planeta y para la Humanidad; tiempos en que es indispensable pisar firme el suelo que está bajo nuestros pies para alcanzar la confianza necesaria en nosotros mismos, y así sostener fuertemente la serie de circunstancias, no siempre fáciles, que se nos presentan como parte de nuestra evolución.
En estos tiempos, nos iremos conectando más fácilmente con la idea de que no necesitamos ni maestros ni gurúes que sean humanos como nosotros, para que nos den las respuestas para vivir plenos, empoderados y felices. ¿Por qué? La Tierra, este maravilloso planeta que habitamos, está transitando a un nuevo espacio experiencial, donde sólo el Amor -aquella energía dadora de vida y sostén del Universo-, será lo que defina la relación con nosotros mismos y con los demás. Este tránsito cósmico requiere que cada ser humano que vive en la Tierra logre un estado interno de empoderamiento tal, que le permita hacerse cargo de sus decisiones y creaciones, y al mismo tiempo, del Hogar que nos cobija. Es decir, tomar las riendas de los destinos de nuestro planeta. La Tierra, al acercarse a instancias de mayor vibración energética, nos posibilita un mayor contacto con nuestros espacios superiores donde habita nuestra Verdad esencial. Así, los antiguos portales, los antiguos sacerdotes, los antiguos gurúes y los antiguos rituales que nos entregaban la posibilidad de entablar un diálogo con lo sagrado, se están haciendo a un lado para dar paso a que cada persona encuentre ese vínculo en sí mismo. Ya no necesitamos un camino difícil, ya no se necesita poner afuera el poder de conectarnos. Ya no necesitamos creer que no somos capaces de hacerlo, de que somos tan limitados, tan humanos, tan poco dignos, etc…, sólo es necesario confiar en la Verdad que el corazón quiere comunicarnos a cada instante. Dar un respiro profundo, respirando el Cielo que está a nuestro alrededor permitiendo que nos inunde, es lo único que necesitamos. Digo, el cielo que está a nuestro alrededor, ya que por este viaje que está cursando la Tierra, los planos superiores de existencia están tan cerca como para tomarlos con la mano. Literalmente, tomarlos con las manos, verlos y sentirlos, si nos entregamos a esta Verdad.
Para esto, es necesario que conectemos con la autonomía de corazón y de mente, que se traduce en una autonomía energética donde todo lo que necesitemos para vivir lo encontremos en nosotros mismos. Es tan necesaria esta conquista de autonomía energética, ya que con ella las dependencias de un mundo externo irán desapareciendo; dependencias que han sido el origen del drama y el sufrimiento en nuestra historia. En cierto momento olvidamos que el Amor que nos dio vida también está en nuestro interior, listo para cubrirnos; y con ese olvido, creamos una realidad de carencia afectiva que terminó en carencias de todo tipo, instalándonos en una dinámica de sobrevivencia en la Tierra. Dejamos de confiar en la abundancia que habita en nuestro corazón y que es nuestra por derecho de nacimiento.
Vivir en la Tierra, más que sobrevivir en ella es lo que nos espera si nos entregamos a la Verdad que hay en nuestro corazón. Esa Verdad que aun buscamos en las iglesias, en las mezquitas, en los monasterios, en las sinagogas; y yendo más cerca, que buscamos en los supuestos Maestros que pretenden decirnos cómo caminar nuestra vida.
¡Es tan fácil! ¡Es tan simple! Sólo salta dentro de tu corazón con la certeza de que tú mismo sostendrás la caída al vacío (y sin que te preocupe el vacío, ya que la soledad que aparenta haber allí, es ilusión)… Salta a tu interior, y te darás cuenta que el mundo de afuera es un reflejo de ese mundo que sólo tú conoces y que sólo tú puedes moldear.
Vivir en la Tierra, "imaginando el futuro en vez de padecerlo", es nuestro destino, como nos propone Eduardo Galeano. Crear el futuro…
Ahora bien, este salto, este crecimiento, esta autoeducación que nos permitirá recordar que somos los Maestros de nuestra propia vida, puede llamarse de cualquier forma. Sin duda que todo este camino nos acerca a nuestra esencia espiritual, por lo que podríamos llamarlo espiritualidad, pero como dicha instancia no está lejos como creíamos, sino que en cada paso que damos en la realidad cotidiana, podríamos llamarlo con el nombre que a cada uno se le ocurra. Espiritualidad, crecimiento interno, religión (la que realmente religa, no la que somete), pintura, música, deporte, conversación, copa de vino, miradas, Amor, silencio, automaestría, son nombres que se me ocurren para denominar la posibilidad de encontrar a Dios (o como quieran llamar al origen de nuestra existencia) en nuestra vida cotidiana. Esto se trata de "vibrar" como sólo tú sabes hacerlo, encontrando en aquello que te apasiona, la forma de conectar con lo divino que tenemos todos en nuestras células y en nuestra sangre. Vibrando alto, como si desaparecieras en el acto apasionado, que no es más que la entrega sin miedo a lo que en Verdad eres; aparecerás en el Mundo de una vez por todas, completo, entero, pleno, encarnado en totalidad, disfrutando…, nada más que disfrutando de vivir en la Tierra.
Esto es libertad, esto es automaestría. Y no hablo de pasar por sobre nadie, ni de no respetar el juego en sociedad que todos hemos creado, sino de descubrir en los demás y en la vida, aquello sin peso, sin gravedad, que te permitirá disfrutar de todo, porque en todo estás tú mismo, porque ese todo lo habrás creado desde un interior sin miedos, libre y juguetón.
Nada más que disfrutando de vivir en la Tierra. Sintiendo a Dios en todo. En un beso está Dios, en un abrazo, en una caminata, en el olor de una flor, en el sonido de la lluvia en el cemento, en las luces de la ciudad, en el pasto verde de una pradera, en la luna y el sol, en un cielo nublado, en el viento, en cada llanto de dolor o de felicidad, en un suspiro, en las certezas, en la música, en tu canto desafinado, en un plato de comida (cualquiera, la que te guste), en lavarte los dientes, en dormir, en despertar, en acariciarte tú mismo, en abrir la puerta de tu casa, en los imprevistos (porque allí podrás encontrar respuestas), en tu cuerpo tal cual es, en tu necesidad de sanar; y está también en tu rabias, en tus errores, en tus miedos e incertidumbres, ya que todo es parte de tu interior, ese hermoso espacio único y universal. Nada está bien o mal si nace desde tu corazón. Acepta lo que el mundo tiene para ofrecerte, todo, ya que si luchas contra alguna cosa en tu realidad, estarás luchando contigo mismo (y el objetivo es justamente que te ames a ti mismo sin condiciones, sólo así amarás al mundo y a los demás), estarás en tensión, y la tensión es miedo y desconfianza; estarás lejos del Amor.
El mar te cubre de contención si lo deseas, aunque estés a kilómetros de distancia, porque en este camino, en este viaje de reconocimiento no hay ni espacio ni tiempo…, y todo es perfecto y verdadero.
No tengas miedo, no dudes; date cuenta desde tu corazón, que todo lo que pase para que logres autonomía, para crear una vida sin definiciones externas, es parte de un hermoso y magnífico orden, que tú mismo ayudaste a crear.
Acepta y nútrete de tu sabiduría en cada acto cotidiano; eso es automaestría. Y recuerda siempre que nuestra vida es en la Tierra, porque el Cielo ya está aquí, ya lo trajimos, y no se irá.
En Amor.
Yo Soy Roberto.
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